El
arte de hacer regalos
Un regalo debe ser una manifestación sincera de
cariño, amistad, generosidad y buen gusto. Es sencillo entrar a una tienda o a
unos grandes almacenes y elegir un bonito artículo para cumplir con un
compromiso que hemos contraído con alguien o hacer un regalo a algún ser
querido por su cumpleaños. Sin embargo, los regalos que siempre se recuerdan
son aquellos que tienen un significado especial, que elegimos teniendo en
cuenta determinadas condiciones.
También solemos hacer regalos cuando nos invitan a
comer o cenar a una casa particular, a modo de agradecimiento por la
invitación. Llevaremos un regalo con nosotros cuando vayamos a visitar a un
enfermo al hospital o a la madre que acaba de dar a luz a su hijo.
Cada situación y la relación que mantengamos con la
persona a la que va dirigido el regalo definirán los criterios de elección.
Siempre que hagamos un regalo, sin importar a quien
sea, debemos tener en cuenta los gustos de su destinatario y no los nuestros
propios. Utilizar el criterio de los gustos personales pensando que son los
mismos que los de los demás es un gran error. Tampoco es adecuado hacer un
regalo por el simple hecho de devolver un favor, es decir, porque alguien nos
haya hecho, previamente, otro regalo que haya pasado a convertirse en un
compromiso.
Podremos atinar más cuanto más conocimiento
tengamos de los gustos del destinatario del obsequio.
El verdadero arte de regalar lo domina aquella
persona que tiene la habilidad de descubrir los gustos de otra de manera indirecta,
sin que el destinatario pueda siquiera sospechar cual es la intención oculta de
sus preguntas. Nos deben recordar por nuestras acertadas elecciones a la hora
de regalar.
Si usted recibe un regalo por correo,
inmediatamente después de abrirlo y comprobar lo que hay dentro del paquete,
llame por teléfono a la persona que se lo envía para expresarle su
agradecimiento.
Nunca regale dinero ni pida a otra persona que haga
lo propio con usted. Solo en contadas ocasiones y con personas de su total
confianza, será aceptable la costumbre de entregar o recibir dinero como
obsequio. En ciertas celebraciones como bodas o comuniones si está admitido
socialmente regalar dinero.
Prescinda de comprar todos esos objetos de dudosa
utilidad que muestran en sus escaparates muchas tiendas especializadas en
regalos, a los que se acude cuando no se tiene ninguna idea de lo que comprar o
no hay tiempo.
A no ser que se trate de su pareja o una persona
con la que tiene un elevado nivel de confianza no regale ropa.
Lo cierto es que aunque en determinadas situaciones
y compromisos sociales se establezca el hacer regalos, realmente nadie está
obligado a ello, por lo que tampoco podemos reprochar a nadie que no nos haga
un regalo.
Por educación, debemos abrir el regalo delante de la
persona o personas que nos lo han hecho y reincidir en el agradecimiento cuando
descubramos de que se trata.
Si nos regalan flores será un detalle que en el
mismo momento de recibirlas las coloquemos en un jarrón con agua. Si se trata
de una caja de chocolates, la abriremos ante la persona o personas que nos la
hayan entregado y le ofreceremos uno.
Si en alguna ocasión nos regalan algo que ya
tenemos o que sencillamente no nos gusta, tendremos en cuenta la buena
intención y trataremos de no hacer notar la decepción.
En vísperas de una fecha señalada, en la que
tenemos la esperanza de recibir un regalo de alguien concreto, no debemos
condicionar a esa persona con frases tipo “pues ahora que llega mi cumpleaños,
me gustaría que me regalaras ese traje tan bonito que vi el otro día” o
indirectas similares. Un regalo es, sobre todo, un detalle, y lo que debe
importarnos es su significado.
Distintas serán aquellas situaciones en las que el
interesado en tener un detalle con nosotros nos pregunte que nos gustaría que
nos regalara o que necesitamos. Si es así, seremos modestos en la petición,
considerando el importe económico de lo que pedimos. En cualquier caso, los
regalos convenidos pierden una parte importante de su significado, el factor
sorpresa.
Tampoco debemos insinuar verbalmente delante o con
el destinatario el alto costo del regalo, con la intención de recordarle que
hemos invertido una importante cantidad de dinero en una persona. Si compramos
algo realmente caro lo haremos con todas las consecuencias. Comentar el
esfuerzo que ha tenido que hacer nuestro bolsillo sería una grosería.
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