Desde las civilizaciones romanas hasta hoy, la fruta sigue de moda
Adaptado de endi.com
Por Caius Apicius / EFE
Madrid - Las cada vez menos personas que disfrutan de la poesía de Virgilio conocen perfectamente el fragmento en el que advierte de los peligros de ir al bosque en busca de fresas, ya que entre la hierba se oculta la serpiente.
Traemos a colación al poeta romano para destacar que la fresa silvestre es conocida en Europa desde tiempos muy antiguos, y fue, hasta el siglo XVIII, la fruta más degustada. Hoy, sin embargo, los ciudadanos del planeta, consumen algo a lo que llaman fresa cuando en realidad se debería llamar fresón, y cuyo origen es americano.
La fresa silvestre europea (Fragaria vesca) se consume desde época prehistórica. No se empezó a cultivar hasta el siglo XIV. Mientras en América proliferaban dos variedades: el fresón chileno o frutilla blanca (Fragaria chiloensis) y el virginiano (Fragaria virginiana). Parece que la planta es originaria de América del Norte y habrían sido las aves migratorias las que la introdujeron en la región central de Chile.
Fue Alonso de Ovalle, en 1614, quien clasificó y dio nombre al fresón chileno. Pocos años después, en 1620, llegó a las costas de Virginia el Mayflower; en sus cartas, los peregrinos hablan de la abundancia de fresas que han encontrado en sus asentamientos.
En España y América se llamaba “frutilla” a la fresa pero el nombre existía ya, según explicaba Sebastián de Covarrubias en 1611; es curiosa su descripción: “cierta especie de moras que tienen forma de madroños pequeños”. Pero ya entonces señala que “se consumen con vino y azúcar o con leche”, dos formas de comer fresas que seguimos practicando ahora.
Más de su historia
Ya en el siglo XVIII un francés al servicio de Luis XIV, Amedée-Franois Frézier, llevó a Francia varios ejemplares del fresón chileno; hubo quien dijo que el nombre de “fresa” deriva de este ingeniero francés, pero ya vemos que es anterior. Una vez en Francia, ambas variedades, chilena y virginiana, acabaron por originar un híbrido conocido como fresa ananás (Fragaria ananassa), que es el fresón, frutilla o fresa que consumimos hoy en diferentes partes del mundo.
Hablo en términos generales, porque siguen existiendo fresas silvestres, con un aroma único, pero muy escasas y, en consecuencia, de cotización muy alta. También hay la versión cultivada de la F. vesca, pero igualmente en muy poca cantidad. Lo que se consume, y además prácticamente todo el año (antes las fresas eran fruta veraniega), es el fresón, alguno de tamaño enorme, que es verdad que no puede competir en aroma con la fresita, pero no lo es menos que está rico y que es muy accesible.
Con vino y azúcar, con leche...
Quizá la combinación más popular sean las fresas con ‘whipped cream’ o con crema de leche. Otra muy utilizada es la de fresas y jugo de naranja. Resultan magníficas con un poco de champán, dejando que cada ingrediente se impregne del otro: ustedes pongan en una copa unas cuantas fresas (mejor, desde luego, fresitas) y cúbranlas con champaña; déjenlas un rato, y luego tómense las fresas con cucharilla y bébanse el vino, una delicia.
Hoy se utiliza la fresa fuera de los postres. La verdad es que aporta una mezcla de dulzura y acidez que la hace muy agradable.
Traemos a colación al poeta romano para destacar que la fresa silvestre es conocida en Europa desde tiempos muy antiguos, y fue, hasta el siglo XVIII, la fruta más degustada. Hoy, sin embargo, los ciudadanos del planeta, consumen algo a lo que llaman fresa cuando en realidad se debería llamar fresón, y cuyo origen es americano.
La fresa silvestre europea (Fragaria vesca) se consume desde época prehistórica. No se empezó a cultivar hasta el siglo XIV. Mientras en América proliferaban dos variedades: el fresón chileno o frutilla blanca (Fragaria chiloensis) y el virginiano (Fragaria virginiana). Parece que la planta es originaria de América del Norte y habrían sido las aves migratorias las que la introdujeron en la región central de Chile.
Fue Alonso de Ovalle, en 1614, quien clasificó y dio nombre al fresón chileno. Pocos años después, en 1620, llegó a las costas de Virginia el Mayflower; en sus cartas, los peregrinos hablan de la abundancia de fresas que han encontrado en sus asentamientos.
En España y América se llamaba “frutilla” a la fresa pero el nombre existía ya, según explicaba Sebastián de Covarrubias en 1611; es curiosa su descripción: “cierta especie de moras que tienen forma de madroños pequeños”. Pero ya entonces señala que “se consumen con vino y azúcar o con leche”, dos formas de comer fresas que seguimos practicando ahora.
Más de su historia
Ya en el siglo XVIII un francés al servicio de Luis XIV, Amedée-Franois Frézier, llevó a Francia varios ejemplares del fresón chileno; hubo quien dijo que el nombre de “fresa” deriva de este ingeniero francés, pero ya vemos que es anterior. Una vez en Francia, ambas variedades, chilena y virginiana, acabaron por originar un híbrido conocido como fresa ananás (Fragaria ananassa), que es el fresón, frutilla o fresa que consumimos hoy en diferentes partes del mundo.
Hablo en términos generales, porque siguen existiendo fresas silvestres, con un aroma único, pero muy escasas y, en consecuencia, de cotización muy alta. También hay la versión cultivada de la F. vesca, pero igualmente en muy poca cantidad. Lo que se consume, y además prácticamente todo el año (antes las fresas eran fruta veraniega), es el fresón, alguno de tamaño enorme, que es verdad que no puede competir en aroma con la fresita, pero no lo es menos que está rico y que es muy accesible.
Con vino y azúcar, con leche...
Quizá la combinación más popular sean las fresas con ‘whipped cream’ o con crema de leche. Otra muy utilizada es la de fresas y jugo de naranja. Resultan magníficas con un poco de champán, dejando que cada ingrediente se impregne del otro: ustedes pongan en una copa unas cuantas fresas (mejor, desde luego, fresitas) y cúbranlas con champaña; déjenlas un rato, y luego tómense las fresas con cucharilla y bébanse el vino, una delicia.
Hoy se utiliza la fresa fuera de los postres. La verdad es que aporta una mezcla de dulzura y acidez que la hace muy agradable.
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